Yo tuve un pato de plástico que preparaba palomitas de maíz por medio de aire caliente. Su rostro desenfadado y su prominente cavidad ventral nos hacían las tardes más amenas; bastaba agregar el maíz y la famosa sal aquella que las hacía saber a mantequilla para tener una dotación infantil de esas siempre ociosas rosetas.
Lo malo fue que un día éste dejó de producirlas. No era empacho, fue sólo su 'china' duración: no más de un año. Fue suficiente para registrar el recuerdo y añorar palomitas regurgitadas por tan peculiar palmípedo.
Alguna vez escuché a alguien catalogar culturas: la del maíz, la del trigo, la del arroz, etc. Por supuesto, la nuestra era la del maíz. Viví creyendo que éramos de los países que más le entraban al maíz y que los gringos comían trigo y avena y que por eso estaban más grandotes.
Pues no, ellos -sólo en palomitas de maíz- consumen (y producen) considerablemente más que nosotros.
No podré negar el encanto en las cotufas de maíz, por el simple hecho de pensar en un producto que fue originado por la explosión ultra-rápida de una cápsula endotélica del grosor exacto para resistir la alta presión del agua contenida dentro de sí, que origina blancas y siempre diferentes formas caprichosas, regidas por no sé qué azar tan curioso.
El culto al maíz seguirá siendo nuestro, pero la cultura del maíz es de ellos.
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